De cosas rotas, historias y Pina.


La red de seguridad del océano no es lineal,  ¡ni siquiera con lo que sueñan los cangrejos!
Paprika.

Me gustaban las historias de rusas que ordenaban los vodkas por colores y cantaban viejos himnos, de muchachos que enamorados por un canto se tiraban a la deriva. Adoraba los mitos de hombres que se ahogaban al tratar de besar su reflejo, de locas que se pegaban a ellos hasta desaparecer. Sí, es que a mi me gustaba cojer los enormes peluches que a veces encontraba a punto de ser tirados a la basura, por aquello de estar rotos por aquí, deshilachados por allá. Entonces mi madre me mandaba devolverlos donde los había encontrado y darme una buena ducha porque 'a saber por dónde habrá pasado esto'.

Cuando era pequeña tenía un osito de peluche que, harto de que cada día le duchara lloraba, entonces lo empecé a meter en la lavadora, para que allí diera vueltas y volteretas y pudiése reír y jugar a ahogarse hasta hartarse. Siempre me gustaron las cosas rotas, así como las que estaban un poco sucias, las que albergaban secretos. De hecho, siempre me han encantado los secretos, aún ahora de vez en cuando, encuentro sorprendida alguna caja, carta o sobre lleno de pequeñas notas, pulseras y tonterías varias de cuando era muy pequeña. 

Todo empezó de veras cuando conocí a Pina. Ella no dejaba de fumar y las palabras salían crípticas de su angosto rostro. Algo en ella hacía aflorar las lágrimas y me anudaba las entrañas, tal vez en esa forma arisca de mirar. Pina estaba hecha de las cenizas de una sociedad, de un mundo y de muchos, demasiados sueños. Fui incapaz de quitar los ojos del escenario, al igual que al verla andar por la calle o sentarse en el restaurante. Había una estela de fatiga en su mirada, un extraño ardor en sus maneras y montones de aplausos a sus espaldas. No miró cuando la aplaudí. No miró cuando la miré.

Fue por Pina que decidí bailar, a pesar de todo, del cansancio y del dolor y de los llantos. Mi madre no creía que pudiese seguir tantas normas, pero para mi aquello era el juego más brillante. Olvidé los escondrijos de mi propio hogar, lavar al osito y cantar a las muñecas. Lo olvidé todo a excepción de esas zapatillas, mi nueva diversión. Mi presente siempre ha sido simple, sobrevivir con una sonrisa, ante todo la sonrisa, que hace olvidar cualquier atisbo de negatividad. A quién le importa mientras no falles, pensaran. Pero fallar jamás es preocupación alguna. 

Pero substituí los secretos y las cosas rotas por el cine,  porque allí siempre hay gente triste queriendo esconder sus lágrimas, en silencio. Y también está lleno de parejas que se encuentran, a escondidas. Y de amantes y de mentiras y de distancias. Pero sobretodo está lleno de historias. 

Porque si algo me gustaba, aún más que las cosas rotas, pequeñas y sucias y los secretos, multiplicados infintas veces por ellos mismos, si algo me enamoraba, eran las historias.

Cuando Pina me miró otra vez, ahora en escena; cuando ella clavó su mirada fija de pupilas curtidas en mi, a pesar del 3D, supe que a ella, a caballo entre lo nuevo y lo viejo, también le gustaba jugar.

6 comentarios:

  1. Dios! cuanto te he echado de menos :)

    ResponderEliminar
  2. me encantó...
    sobre todo la manera de adjetivar...

    ResponderEliminar
  3. A todos nos gusta jugar. Mientras esté la sonrisa..

    Besos y sonrisas con historias ;))
    RChS

    ResponderEliminar
  4. Muy bonito texto, me encantó :)

    Pásate por mi blog http://i-travel-lonely-roads.blogspot.com/

    Si me sigues te sigo, un beso <3

    ResponderEliminar
  5. La verdad esque me parece que los cines de ahora han perdido algo del encanto que tenían antes, esos que se ven viejos en las películas...no me gustan las cosas rotas pero soy una apasionada de las antigüedades!
    Por cierto, me parece que es de las entradas que más me han gustado!

    ResponderEliminar
  6. La vida en sí es un juego, sólo hay que tener una estrategia, o bien dejarse llevar.
    Me ha encantado, de verdad :)
    Un beso enorme!

    ResponderEliminar